Hombres G: vuelta a la adolescencia 20 años después
- Valentín López
- 11 dic 2018
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 13 dic 2018
El autor comparte el significado personal de un concierto de este grupo español que estuvo de moda en sus años púberes. La crónica data del 2011 y fue publicada originalmente en El Sol de León.

Fue como regresar por momentos a la década en que lo sintético estaba de moda y, entre más cosas artificiales te pusieras encima, más moderno te sentías.
Fue olvidarnos de esta gran parábola, de esta vuelta al agua embotellada y al estilo de vida natural que nos vinieron a vender después.
Fue volver a ese universo de los ochenta con sus anuncios de cigarros en la tele, sus películas de terros y la fantasía adolescente de Volver al futuro...
Sí. Eso muy bien pudo haber sido para los treintañeros (casi cuarentones) que nos reunimos como una cofradía de exalumnos en torno al gurú español de los adolescentes ochenteros: David Summers.
Todos teníamos los ojos llenitos de ayer al ver en el escenario del Domo de la Feria a Rafa Gutiérrez y Daniel Mezquita rasguear las guitarras; al ver al propio David Summers arrancarle las notas graves a su bajo eléctrico y, allá en el fondo, al simpático Javi Molina dando tamborazos en la batería.
Coreábamos como púberes las letras adolescentes de las baladitas ochenteras del grupo como: Te quiero, Un par de palabras y Si no te tengo a ti.
Vi a hombres casi respetables (de camisa, canas e incipiente barriga sostenida por el cinturón) levantar el puño en éxtasis siguiendo a David Summers al pie de la letra de Temblando y Diciembre.
Los vi bailando y gritando (más que cantando) con desenfrenada emoción los descacharrados temas de Marta tiene un marcapasos, Una mujer de bandera, Suéltate el pelo y El ataque de las chicas cocodrilo.
Había quienes se sabían todas las letras y no paraban de cantarlas, una tras otra, desde que abrieron el concierto con Voy a pasármelo bien.
Pero lo más raro fue ver cómo jóvenes veinteañeros (que eran unos impúberes cuando los Hombres G nos llenaron los oídos con sus letritas fútiles y, sin embargo, llenas de encanto para nuestras impresionables mentes adolescentes) también coreaban y se dejaban entusiasmar con temas como Nassau o el reciente Lo noto, por esos cuatro hombres que, canosos y barrigones (sobre todo Rafa Gutiérrez), siguen manteniendo la G tan alto como es posible para decir: "Tengo la espalda como el culo de un mandril" y "puedo ser un cabrón, pero no un tonto".
Y aunque ya no arrastran multitudes como en los ochenta, todavía David Summers arrancó dos pares de sujetadores morados que unas chicas le arrojaron a los pies y que él, como hombre maduro y casado que ya ha dejado atrás la vida libertina de los jóvenes, devolvió con cortesía.
Pero si bien, en este concierto la voz y el liderazgo los puso David Summers, los pocos momentos de espectáculo, de comunicación con el público ávido de entrar en contacto con sus ídolos, los puso Javi Molina cuando salió de atrás de los tambores de su batería para cantar, sólo acompañado con teclados, el tema de No te puedo besar, o bien, cuando al final volvió el primero al escenario para cantar la introducción de Venecia.
Sí: en León, Javi Molina fue el único que se permitió pequeñas locuras de adolescente: se inclinó ante el público, se acercó al micrófono con cigarrillo en mano y dijo: "me arrodillo ante ustedes"; luego, se tomó un tequila antes de intentar su voz de ópera en el clásico inicio de Venecia.
El resto de la banda demostró que, aunque de playera y mezclilla, ya son hombres maduros que han dejado atrás las chifladuras de la adolescencia.
Al final, sin embargo, los Hombres G cumplieron lo que David Summers prometió al saltar al escenario, pese a que el Domo no estaba a reventar: "Vamos a intentar pasárnoslo de puta madre".
Sí, al final volvieron, incluso, a tocar el pilón: los más clásicos de sus temas, Venecia y Devuélveme a mi chica, que David Summers dejó casi por completo en las gargantas de quienes, como un tributo, le cantamos: "Sufre, mamón".
Luego, los Hombres G se tomaron de la mano, se inclinaron ante los aplausos, corrieron al frente del escenario, y dieron un brinquito para agradecernos, micrófono en mano, nuestra presencia fiel.
Al verlos de cerca trepados en las tarimas, Susi, tomada de mi mano, me dijo con sorpresa: "¡Ya se ven viejitos!".
Pero una vez terminado el concierto, ya de vuelta a casa, recapacitó: "¡Qué bueno que aún estoy viva, que ellos están vivos, y que alcancé a verlos!".
Sí, así somos los adolescentes de los ochenta: fieles hasta la muerte,
aunque ya no nos rasquemos con fruición nuestras pelusas en flor y ahora tengamos barriga y canas...
Seguiremos siendo adolescentes, aunque sea por momentos, en un concierto de los Hombres G.
留言